Hace años un amigo relataba su visita a Luxemburgo de forma bastante original. “Es una calle muy bonita” decía como resumen de su viaje por ese país centroeuropeo.
Referirse a Luxemburgo como una “calle” es una exageración. Hablamos de un país con 600.000 habitantes y 2.000 kilómetros cuadrados de superficie. Pero, como casi todas las exageraciones, tiene su punto de “verdad”. Luxemburgo tiene su centro de operaciones en un reducido núcleo urbano donde reside una parte muy importante de sus ciudadanos y el resto del país queda mayormente despoblado.
Si analizamos Luxemburgo en términos futbolísticos lo cierto es que tiene números de equipo de barrio. Nunca ha jugado la fase final de ninguna Eurocopa y menos aún la de un Mundial. En las fases de clasificación de los últimos años había disputado 28 partidos oficiales y solo había ganado 3. A principios de este siglo llegó a descender al número 195 del ranking FIFA tras un racha de derrotas durante 55 partidos consecutivos… Como podéis ver, los números hablan más de un equipo de barrio que de una federación europea de fútbol.
Pero todo cambió el 3 de septiembre de 2017.
Aquel día la selección de Luxemburgo visitaba a la todopoderosa Francia para disputar un partido clasificatorio del Mundial de 2018. Los jugadores de Luxemburgo se presentaron en Toulouse con la esperanza de no ser humillados con una abultada goleada. La derrota ni se discutía. Francia tenía a Suecia pisándole los talones en la clasificación y salió con su equipo titular al completo: Griezmann; un joven llamado Mbappé; Giroud etc…
Pues empataron.
Al final del partido todos los presentes contemplaban atónitos el resultado: 0-0. El guardameta luxemburgués de 37 años del que seguro nunca habéis oído hablar (Jonathan Joubert) hizo un partido de leyenda lo que unido a la entrega de todos sus compañeros (y al inevitable desacierto de los franceses aquél día) desembocó en uno de los desenlaces más inesperados de la historia moderna del fútbol de selecciones.
El resultado fue histórico para Luxemburgo y pasó a ser mítico cuando, apenas nueve meses después, esa misma selección francesa que no pudo derrotarles, se proclamó campeona del mundo en Rusia.
A partir de ese momento en Luxemburgo aplicaron un silogismo sencillo pero irrebatible ¿Si hemos empatado con los campeones del mundo, a quién le tenemos que temer? Desde entonces Luxemburgo ha ido creciendo poco a poco desde un punto de vista futbolístico. A veces tiene recaídas propias de su pasado, como el 9-0 que le endosó Portugal, pero no se desaniman y se mantienen competitivos. Y puntúan. Y ganan partidos.
Poco más de seis años después de aquel mágico empate en Toulouse, la selección de Luxemburgo se ha colado en la repesca para participar en la fase final de la Eurocopa. Mañana jueves disputa un partido contra Georgia y si vence disputará el definitivo el martes que viene (probablemente frente a Grecia).
Luxemburgo está literalmente a dos partidos de jugar su primera Eurocopa. Lo consigan o no, la sola posibilidad es un éxito inimaginable hace apenas unos años. Todo empezó una tarde de septiembre en Toulouse, cuando se permitieron empezar a soñar.
Si ganan estos dos partidos nos podemos imaginar la fiesta que se montará en la calle más popular de este pequeño país.
Puedes suscribirte de forma completamente gratuita a esta newsletter deportiva semanal aquí
Te agradezco si reenvías este mail a cualquier persona que conozcas que le gusta el deporte. También puedes compartir este post aquí
Hasta el miércoles que viene.
Que bien contas las historias, un placer leerte cada semana