Brad Marchand es un jugador de hockey hielo atípico. Apenas llega al 1,75 de estatura en un deporte en el que la media está 10 cm por encima y hay torres humanas de casi dos metros.
Su estilo de patinaje tampoco enamora. Frente a la elegancia de algunos de sus compatriotas o de los jugadores rusos, Marchand parece que avanza enfadado con el hielo.
Su aspecto físico es poco glamuroso. Personalmente me recuerda a un mosquetero. No sé por qué. Pero tengo claro que sería a un mosquetero traidor, uno pagado por el Cardenal Richelieu en sus intrigas palaciegas contra D´Artagnan.
Ni sus limitaciones físicas, ni su particular estilo de patinaje, ni su ausencia de glamour han impedido que se convierta en un jugador legendario.
¿Cómo lo ha conseguido?
Con tres virtudes.
En primer lugar, es listo, como nadie. Siempre está colocado en el lugar apropiado y en el momento oportuno. Además, tiene una gran habilidad para colocar el puck en los lugares más inesperados e inalcanzables para los porteros.
Y, por supuesto, es un cabrón. Como suena y en la mejor interpretación que se le pueda dar a ese término. Marchand es capaz de desquiciar a los contrarios con provocaciones invisibles que reparte con cara impasible. Cuando el jugador provocado cae en la trampa, responde, y es expulsado, Marchand sonríe triunfal y burlón.
Eso también es un arte, y un deporte de tanto contacto como el hockey hielo, de valor incalculable.
Marchand fue seleccionado por los Boston Bruins en el año 2009. Allí ha desarrollado una carrera inolvidable. En todas las temporadas, menos en una, consiguió alcanzar o superar la cifra de veinte goles por año. En alguna ocasión rozó incluso los cuarenta.
Aunque Marchand ha forjado su mito más por la calidad que por la cantidad de sus goles. En los partidos igualados, en los encuentros importantes, en los choques violentos…ahí es cuando aparecía Brad Marchand. En Boston es un jugador querido y muy respetado.
En el resto de la liga, especialmente en Toronto, profundamente odiado.
Pronto volveré con Marchand, ahora toca hablar de los Florida Panthers.
Los Panthers han impuesto en la liga un estilo físico. Rudo. Hay quien diría (probablemente con razón) que son sucios. Es un equipo que no le cae bien a casi nadie. Construido sobre su fantástico portero Bobrovsky del que os hablé hace un año.
A partir de su portero desarrollan una defensa agresiva, casi violenta y les encanta provocar. Pegan, pegan duro, y si se la devuelves, se ríen.
Son tan desagradables que cuando ganan inundan el hielo de ratas falsas. Hasta su mascota es una rata. Parecen unos villanos de película de James Bond.
Estos Panthers fueron campeones el año pasado y esta temporada encaraban el difícil reto de enlazar dos triunfos consecutivos.
La cosa no iba bien. El equipo se mostraba irregular, estaba fuera de los puestos de privilegio y había perdido parte del colmillo que les llevó al éxito.
Faltaba algo…o alguien.
Un visionario pensó que hacía falta un refuerzo. Un jugador que les ayudará a recordar quienes eran y como habían llegado hasta a la cima.
Y en mitad de temporada, llamaron a Boston.
Efectivamente, querían fichar a Marchand. Tiene ya 37 años, pero les da igual.
Con la llegada de Marchand a los Panthers se consumó una conjunción planetaria de villanos.
Y todo volvió a funcionar.
Marchand no ha hecho muchos goles. Ni falta que hace. Ha marcado los claves. Cuando la eliminatoria con los Toronto Maple Leaf se puso muy cuesta arriba, apareció con un gol salvador en la prórroga.
En las finales contra los Oilers ha marcado cinco goles vitales. Uno de ellos, en la segunda prórroga de un partido interminable. Algún otro, maravilloso, como este.
Marchand y los Panthers estaban destinados a encontrarse, han formado una alianza invencible y han salido campeones.
Enhorabuena, villanos.
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Hasta la semana que viene.
Que vienen los Chiefs :)