Este sábado se disputa el Grand National, la carrera de caballos más seguida y más importante del mundo, y no es para menos. Lleva celebrándose desde 1839 en el hipódromo de Aintree, Liverpool. Va camino de los dos siglos de existencia y solo se ha suspendido a causa de las dos guerras mundiales y por culpa de la pandemia del Covid (aunque en esa edición hubo una carrera simulada por ordenador que también fue vista por millones de personas). Tal fue el éxito, que esa simulación virtual se continúa haciendo como previa y aperitivo de la verdadera carrera.
Las cifras del Grand National son mareantes. Reúne a más de 15 millones de espectadores frente al televisor (solo en Inglaterra), el hipódromo se llena a reventar con 50.000 aficionados dispuestos a dejarse la garganta por su caballo favorito y la hacienda inglesa se frota las manos con los millones de libras que ingresa como consecuencia de los impuestos derivados de las apuestas.
Pero sin duda lo que hace único al Grand National son sus historias.
Ahí está la de Red Rum, un caballo que padecía un problema en los huesos y fue diagnosticado incapaz para las carreras. Años después, se convertía en el caballo más laureado de la historia con tres victorias en el Grand National (récord que mantiene a día de hoy).
También tenemos la de un incombustible jockey español empeñado en ganar la carrera a costa de lo que fuera. Su nombre era Beltrán Alfonso Osorio y Díez de Rivera aunque los ingleses sabiamente lo simplificaron como el Duque de Hierro. Participó dieciséis veces entre la década de los cincuenta y los setenta, se cayó del caballo en casi todas ellas y se rompió numerosos huesos de su cuerpo. En 1976, cuando el Duque de Hierro cumplía ya 57 años, anunció que volvía a competir y la organización de la carrera puso cordura y se lo prohibió “for his own safety”.
Y, por supuesto, hay que mencionar la edición de 1993 de la que ahora se cumplen justo treinta años. Esa es la única carrera disputada sin ningún ganador. Tal cual. Hubo una primera salida falsa. Se repitió y hubo una segunda salida falsa, pero solo se dieron cuenta nueve jinetes mientras que los otros treinta participantes disputaron la carrera sin ser debidamente advertidos hasta la línea de meta. Hubo que suspender la carrera y dejarla desierta porque repetirla hubiera puesto en peligro la salud de esos treinta caballos. Es fácil imaginar el disgusto del jockey que llegó en primer lugar, y el mal trago que pasó el comisario de carrera que tuvo que huir de allí escoltado por Scotland Yard.
Aunque, probablemente, la mejor historia sucedió en la edición de 1967. La carrera transcurría con cierta normalidad con un numeroso grupo de caballos luchando por coger el liderazgo y un grupo más reducido en la cola. En este grupo de caballos descartados se encontraba Foinavon. Cuál sería su sorpresa cuando vio que más de veinte caballos se caían a la vez en el mismo obstáculo. Un fenómeno surrealista provocado por los caballos que llevaban la delantera que, bien se cayeron, bien rehusaron saltar, formando un tapón y desequilibrando a todos los perseguidores. La imagen era esperpéntica, caballos perseguidos por sus jockeys, caballos desorientados y en dirección contraria, y caballos que se negaban a avanzar.
En medio de ese caos, favorecido por su retrasada posición, Foinavon esquivó la melé de caballos, saltó sin problemas y se llevó una plácida y aparentemente imposible victoria. Se pagaba 100 a 1 en las apuestas y el propietario del caballo veía tan difícil que ganara que no fue ni al hipódromo.
Si alguno tiene curiosidad por ver lo que pasó, aquí os dejo un enlace con un resumen de la carrera estilo NODO británico.
En pocas horas se disputará una nueva edición y habrá que estar atentos porque el Grand National es imprevisible y aunque tengas más de veinte caballos por delante…puedes ganarlo.
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Hasta el miércoles que viene.
Como sabes sacarnos historias que nos gustan, te felicito Ignacio y como tu no lo has comentado voy a ver si descubro quien ha ganado mas Gran Nacionals como jinete. Un saludo