Tengo que confesaros que he tenido lucha interna (que dirían en Star Wars) a la hora de elegir la historia de esta semana. Me he auto impuesto escribir únicamente una historia al mes sobre fútbol. No es que no me guste ese deporte, me encanta. Y le debo algunos recuerdos entrañables. Pero tengo la sensación de que fagocita al resto de deportes y en una newsletter polideportiva no puedo ser cómplice de ese dominio.
Así las cosas, tenía que elegir entre alguna de las historias del Mundial de clubs de fútbol o el adiós de Vertonghen. La verdad es que la competición inaugurada por la FIFA nos está dejando historias reseñables. El hundimiento de los clubs argentinos; el Atleti ganando dos partidos de tres y no juega ni octavos; el fratricida enfrentamiento entre Mbappé y los parisinos; el sorpresivo Fluminense capitaneado por el incombustible Thiago Silva o ese Chelsea renacido de las catacumbas. Si lo queremos ver en titulares sería algo así “La mejor selección, la peor liga”; “Papá, por qué somos del Atleti”; “No siempre quedará París”; “El capitán” o “De los liliputienses al Mundial”.
Me hubiera gustado escribir sobre cualquiera de esas historias pero esos post se perderán como lágrimas en la lluvia que diría Rutger Hauer en Blade Runner porque me quedo con un futbolista belga.
Me quedo con la despedida de Vertonghen. Se va a terminar otra temporada más de la newsletter y del curso futbolístico y necesito compartir un adiós tan sencillo como emotivo.
Vertonghen es de esos futbolistas con una carrera sensacional que pasa por debajo del radar. Tiene el récord de internacionalidades con la selección belga (157), incluida su participación como titular en el flamante tercer puesto del Mundial de Rusia. Ha jugado en varios clásicos del fútbol europeo como el Ajax, el Tottenham, el Benfica o el Anderlecht. Y pertenece al distinguido club de jugadores que han ganado la liga en dos países diferentes.
Con 38 años cumplidos, decidió que había llegado el momento de colgar las botas. En su último partido, el entrenador le cambió para que recibiera una merecida ovación a toda una vida dedicada al fútbol.
Vertonghen fue caminando despacio hacia el túnel de vestuarios mientras recibía el aplauso del público y el cariño de sus compañeros y rivales.
Y faltaba lo mejor.
La tablilla electrónica con su dorsal para anunciar su cambio, el último de su vida profesional, no la sujeta el cuarto árbitro. Tampoco lo hace el lineer. Ni el delegado de campo.
Es alguien mucho más especial.
La persona que le indica el cambio hacia su nueva vida es Siena, su hija de once años.
La niña observa a su padre nerviosa, orgullosa y feliz.
Nerviosa porque es el centro de todas las miradas. Orgullosa del respeto que despierta su padre. Y feliz porque se acabaron las concentraciones, los viajes y la tensión competitiva. Hay ganas de disfrutar más de papá.
La última persona que abrazó Vertonghen antes de abandonar el fútbol para siempre fue su hija mayor.
Me parece el símbolo perfecto para dar la bienvenida a una nueva vida.
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Hasta el miércoles que viene.
Cómo conmueve todo lo que implica a los hijos. Qué vida maravillosa nos dan.
Emotiva historia humana, como todas las tuyas, Nacho, pero yo sustituiría "Papá por qué somos de el Atleti" por "Papá por qué entre todos los fichajes que se han anunciado a bombo y platillo noq está el de un nuevo entrenador, para sustituir al actual, que, con su vacua verborrea habitual ha querido justificar su último fracaso"
Un fuerte abrazo y feliz verano.