Cuento de hadas en París
No, no voy a hablar de la épica e inolvidable final que jugaron el pasado domingo Sinner y Alcaraz. Tanto por la categoría de los rivales, lo que estaba en juego, la calidad de los puntos, la inexplicable remontada y la duración del encuentro, se puede considerar de uno de los grandes partidos de la historia del tenis. Pero de eso ya habréis visto, leído y escuchado todo tipo de opiniones y análisis.
Así que voy a hablaros de Lois Boisson.
¿De quién?
De una jovencísima jugadora francesa que ocupaba el puesto número 361 del ranking ATP y fue invitada por la Federación Francesa de Tenis a participar en su primer Roland Garros.
Esta es su historia.
Ya es oficial. Te han llamado y tu sueño está a punto de cumplirse. Vas a debutar en un Grand Slam. Y no uno cualquiera. Vas a hacerlo en tu tierra, real y tenística. En Francia, el país que te vio nacer y en tierra batida, tu superficie favorita. Tus padres están tan emocionados como tú. Avisas a todos tus amigos ¡mañana debutó en Roland Garros!
Y llega el gran día. Debutas. Juegas en la pista 14 contra la cabeza de serie número 24. La belga Mertens. No te pones ningún objetivo concreto. Jugar lo mejor posible y salir contenta de la experiencia. Pero ganas el primer set. Eso no se lo esperaba nadie. La belga te mira disgustada sin entender lo que está pasando. Se pone las pilas y se lleva el segundo set. Todo se decide en el tercero. Lo juegas sin presión y con la pequeña pista número 14 volcada contigo.
Y lo ganas.
Te cuesta asimilarlo pero ha sucedido. Has ganado a una cabeza de serie y te plantas en segunda ronda.
Las felicitaciones se suceden y casi sin darte cuenta tienes que jugar un nuevo partido. Allí te espera una rival con menos nombre y potencial que Mertens. Se trata de la ucraniana Kalinina. Y la arrasas. 6-2, 6-1 y te plantas en tercera ronda. Tus padres te abrazan, tus amigos te felicitan y tu móvil está repleto de mensajes.
Pero no hay mucho tiempo para nada de eso. Ya estás en tercera ronda y te toca enfrentarte a tu compatriota Elsa Jacquemot. No solo compartes país con ella, también edad y sueño: avanzar a los octavos de final de Roland Garros. Ella cuenta con una gran ventaja sobre ti. Ya ha jugado en los grandes torneos del tenis y es su cuarta participación en la cita gala. Pero no te amilanas y ganas el primer set. Despiertas su furia y te endosa un 6-0 en el segundo.
Te duele la rodilla. Pero nada va a impedir que lo des todo. Y lo das. Ganas en un agónico 7-5 el tercer set y te plantas en los octavos de final.
Sales del ámbito privado. Ahora muchos aficionados hablan de ti, ya te ponen cara y nombre. Te cuesta asimilar tantos cambios, lo bueno es que viene otro partido para olvidarse de todo.
Te toca la norteamericana J. Pegula. Es la número 3 del mundo. El partido es en la Pista Central. Vas a jugar en la mítica Philippe Chatrier. Increíble, pero cierto. Tu entorno da por hecho que hasta aquí has llegado. Con cariño y de forma bienintencionada, te animan a darlo todo y a disfrutar. Es el clásico mensaje que evidencia que no hay nada que hacer.
Tú lo ves diferente. Estás jugando el mejor tenis de tu carrera y no renuncias a nada. Pero Pegula es muy buena. Te gana el primer set y quiere eliminarte por la vía rápida.
Nada de eso.
Si Pegula tiene prisa ya puede cambiar de planes. Ganas el segundo set y la Pista Central de Roland Garros comienza a llenarse. Ojo que aquí hay partido. El tercer set no puede ser más emocionante e intenso. Y cae de tu lado. La Pista Central se viene abajo. Esto es real. Esto está pasando.
Estas en los cuartos de final de Roland Garros.
Entrevistas en la tele, portadas en los periódicos. Reportajes. Todo está fenomenal pero lo mejor es la cara de felicidad de tus padres.
En cuartos de final te espera la rusa Andreeva. La número 7 del mundo. Tú empezaste el torneo más allá del puesto 300 ¿pero a quien le importa eso ahora? La Pista Central está a reventar. El partido empieza mal. La rusa se pone 5 a 3 arriba.
No te afecta, sigues y sigues peleando. Remontas y ganas el primer set 7-6. El público, tu público, se desata y te lleva en volandas hacia el triunfo. Ganas. Estás en semifinales. Te tiras al suelo. Con la cara llena de arcilla abrazas a tu rival que te felicita pero apenas la escuchas. Estás en una nube.
Acabas de hacer historia. Nadie en los últimos cuarenta años había llegado tan lejos participando con una invitación.
En semifinales te espera Coco Gauff. La número 2 del mundo. Todo el país está contigo pero es una rival demasiado fuerte. Te vence con comodidad y finaliza tu increíble aventura. Pensabas jugar un par de sets en todo el torneo y te has plantado en semifinales.
Ahí queda eso.
Muchos se preguntan cómo has sido capaz de llegar tan lejos. Hay dos detalles que ayudan a comprenderlo.
Un tatuaje. Grande y visible en tu brazo que pone “resiliencia”. La otra pista es aún más reveladora. En todas las entrevistas proclamas a los cuatro vientos tu admiración incondicional por Rafa Nadal. Has seguido todos sus partidos desde niña y tu gran sueño es conocerlo en persona.
Algo me dice que el cuento de hadas de Lois Boisson acaba de comenzar.
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Hasta el miércoles que viene.



Creo que hacía tiempo que no había un Roland Garros con tanta emoción. Articulazo
Que pasada de artículo Ignacio. Muy fan de tu newsletter 🔝